lunes, 13 de junio de 2016

De boleros y otras obras

Los derechos de autor del célebre Bolero de Ravel han llegado a su fin hace unas semanas. Si el Bolero fuera la obra de un desconocido esta noticia no habría despertado ningún interés. Pero el diario Libération calcula que Ravel, primero, y luego sus herederos habrían percibido desde su estreno, en 1928, unos quinientos millones de euros en concepto de regalías, cantidad fabulosa que reverbera en el horizonte como los espejismos. 

Cada año, ley inexorable del tiempo, unos cuantos escritores y músicos, en realidad sus herederos, ven cómo sus derechos de autor pasan al dominio público. En España, sin ir más lejos, ocurrirá este mismo año con  Unamuno y García Lorca, lo que, en el caso de este último, ayudará poco a resolver las irregularidades financieras por las que atraviesa la Fundación que lleva su nombre. 

Los escritores, artistas y músicos que hablan abiertamente de dinero en relación a sus obras, excepto si forman parte del mundo del espectáculo (nuestra sociedad tiende a creer que no hay cultura sin espectáculo), no suelen gozar de buena fama, y se les tiene por peseteros si denuncian lo absurdas que son las leyes que despojan a sus herederos de los derechos de autor. “Yo renunciaré a ellos  cuando se obligue al duque de Alba a renunciar a los suyos sobre sus colecciones de arte y sus palacios, o a usted, al pisito que dejará en herencia a sus parientes; el pisito que dejaré a mis nietos son mis derechos de autor”, han repetido los creadores. Pero se supone que los beneficios de un poema o una novela son inmateriales, y en tal caso, ¿cómo tasarlos con dinero? (Esto, no obstante, se conoce que rige para los poetas, pero no para los curas: los de mi pueblo, León, han empezado a cobrar por entrar en la catedral; o sea, que una catedral puede tener derechos de obra, pero una obra no puede tener derechos de autor). Los defensores de la exoneración de derechos de autor dicen: la Humanidad se beneficiará con ello. ¿De verdad? ¿Las entradas para oír el Boleroserán más baratas a partir de hoy? ¿Valdrán menos los libros de Lorca y Unamuno? Por supuesto que no. ¿Quién se quedará entonces con el dinero que antes iba a los herederos? Respondiendo  esta pregunta acaso pudiéramos hacer al fin una ley justa de propiedad intelectual.

Andrés Trapiello

   [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 5 de junio de 2016]

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